Y un día los chicos del Belgrano volaron como pájaros...
Vivieron y crecieron en un hogar de menores. Ahora que falta poco para que logren su independencia, desplazarse en parapente fue una experiencia simbólica, tan apasionante como inolvidable.
Raúl tiene la sonrisa de oreja a oreja esta mañana. Infla el pecho de orgullo y emoción. Con el sonido del click se cierra el arnés y él ya está listo para largarse. Lleva puesta una pesada mochila de tipo campamento. Cada tanto mira para atrás; ahí, sobre el césped, descansa todo arrugado el parapente. “¿Vamos campeón? Me tenés que ayudar a correr muy muy rápido”, le dice el instructor. El joven de 16 años mueve la cabeza de arriba a abajo insistentemente. No emite una sola palabra. Está dispuesto a todo para cumplir un sueño que nunca había soñado: volar como un pájaro.
En el mismo pico de 800 metros de altura -en el cerro San Javier- está Gabriel, de 17 años. El parapente espera su turno de inflarse. Él está serio, concentrado, en este nuevo desafío que ha emprendido. A diferencia de su compañero Raúl, él alguna vez anheló volar por los cerros. Cuando era un niño, había visto un par de aladeltas y pensaba que tal vez un día podría hacer lo mismo. “¡A correr!, le indica el piloto. Despegan juntos y segundos después ya están ahí, flotando como plumas en el cielo tucumano.
¿Qué tienen en común Raúl y Gabriel? ¿Por qué están juntos en esta siesta, con un clima inmejorable para desafiar las leyes de la gravedad? Los dos son compañeros del hogar Belgrano. También están con ellos los mellizos Franco y Matías, de 16 años, y Mateo, de 13.
Los cinco fueron elegidos, por su buen comportamiento y desempeño escolar, para participar de una experiencia inolvidable: volar por los cerros. La iniciativa la tuvo el profesor de gimnasia, Javier Fucho. Y los instructores de “Los Pinos parapente” no dudaron en darse un tiempo y ofrecer su experiencia y los equipos para acompañar a los chicos.
Ser libres, volar
Alzar las alas, ser libres y volar. Son figuras que sólo existen en la imaginación de muchos de los chicos que pasan sus días en el Belgrano. Algunos de ellos -tal vez la mayoría- fueron separados de su familia por situaciones de violencia. O los abandonaron. Y aunque pasaron años esperando que algún allegado fuera a buscarlos o los adoptara, no hubo quién los reclamara.
Cada historia es distinta. Pero todas son dolorosas. Algunos tienen la ¿suerte? de estar alojados con algún hermano. Otros ni siquiera conocen de dónde vienen, cuántos años tienen o cuál es su nombre. Un buen día alguien los rescató del abandono y los llevó al Hogar ubicado en Francisco de Aguirre 350. Y ahí crecieron, entre operadores y chicos en la misma situación, todos de entre 12 y 18 años.
“Estamos bien, somos todos amigos, nos ayudamos... Sabemos que hay que mirar para adelante y buscar herramientas para ser independientes el día de mañana”, afirma Gabriel. Va a tercer año de una escuela y el año que viene, cuando cumpla los 18, no tendrá más opción que dejar el Hogar. Igual, él se siente preparado. Acaba de anotarse para hacer un curso de reparación de celulares y ya sabe que irá a vivir a una pensión (con la ayuda de la Secretaría de Niñez, Familia y Adolescencia, que depende del Ministerio de Desarrollo Social).
La alegría en el aire
El tercero en echarse a volar es Mateo. Es el más chico del grupo y, a pesar de ser el más revoltoso en la vida cotidiana del Belgrano, desde hace dos semanas mantiene una conducta intachable y ha estudiado todos los días para lucirse en la escuela. “Es que yo quería subir al parapente”, dice. Tiene los ojos pícaros, el pelo prolijamente cortado y teñido de rubio en la parte superior. Su corazón está latiendo muy fuerte. “Ta loco”, repite. Antes de lanzarse, cuenta que si puede hacer esto también podrá cumplir algún día otro anhelo: ser futbolista. Por ahora, va a practicar futsal tres veces a la semana a un club de Tafí Viejo.
“Esta vez no me voy a morir”, promete uno de los mellizos, Matías, mientras un instructor le ajusta los arneses a los muslos y engancha el biplaza a su asiento. Tras la corrida, se desparrama, relajado, en la silla que hamacará la travesía durante los próximos 15 minutos.
Franco no está seguro de si podrá vencer sus miedos. Camina, mira para arriba. Ahí están las sonrisas de sus compañeros. Ellos gritan de la alegría y cantan mientras los parapentes parecen jugar con las corrientes de aire. Finalmente, el “melli” junta coraje y se decide. “Aquí voy”, anuncia. Todos aplauden. Lo alientan. Le desean un buen viaje.
La vuelta
Después de aterrizar, Gabriel sigue como suspendido en el aire. Entonces, describe cómo fue su experiencia. Hubo mucha adrenalina al principio. Luego, el miedo desaparece. El corazón empieza a latir más despacio, con normalidad. “El cuerpo se suelta y uno empieza a disfrutar. Te sentís libre, relajado, tal como si fueras un pájaro”, sintetiza. La vista es privilegiada. Desde las alturas todo se ve como un rompecabezas, compara. Sin dudas, hasta ahora, lo mejor que le pasó en la vida, opina.
Es como tocar el cielo con las manos. Ir de viaje a las nubes. Volar cual barrilete. Estas frases largaban los chicos mientras iban descendiendo, en San Javier. Paradójicamente, aunque es probable que con los arneses hayan estado más atados de lo que nunca estuvieron en sus vidas, ellos se sintieron libres. Y a muy poco tiempo de ese horizonte tan temido, que es la mayoría de edad, la posibilidad de volar y de vencer sus miedos significa para ellos mucho más que simplemente haber planeado por unos minutos a bordo de un parapente.
"Sabemos lo que pasaron en sus vidas, verlos así es emocionante"
Volar en parapente ha sido la experiencia que más les gustó a los chicos del Instituto Belgrano. Desde hace un tiempo a esta parte, los niños y adolescentes que están internados por diferentes problemáticas sociales vienen disfrutando de distintas experiencias: paseo en kayak, rapel, equinoterapia, escalada deportiva, andar en karting, divertirse en toboganes acuáticos o hacer trekking, entre otras cosas. Lo concretan gracias al proyecto “Centro de Actividades Saludables y Significativas”, desarrollado por el profesor de Educación Física, Javier Fucho, que trabaja en el Belgrano.
Lo que hace Fucho -a pulmón- es contactar a los distintos empresarios del medio, que poseen emprendimientos de aventuras, para que donen su tiempo y sus instalaciones y así les permitan vivir a los chicos un momento inigualable. Y nadie, hasta ahora, se ha negado.
“Se trata de un proyecto de inclusión para brindarles oportunidades únicas a estos chicos. Son actividades que serían inalcanzables para ellos, por su entorno y por el costo que tienen (volar en parapente, por ejemplo, cuesta unos $1.400). La experiencia no tiene precio: ellos viven sensaciones nuevas, de pleno goce y disfrute. La idea es que esto pueda extenderse a otras instituciones”, remarca Fucho, y agradece la colaboración, en este caso, de los instructores de “Los Pinos parapente”: Ariel Fara, Raúl Fort, Francisco Levon, Federico Carona y Gerardo Abdelnur, entre otros. Todos ellos estaban tan emocionados, como los chicos, de poder compartir la experiencia de volar.
También dejaron rodar lágrimas las autoridades del Belgrano, que fueron al cerro San Javier: Nazarena Orlandi, subdirectora a cargo del Hogar, y Sandra Tirado yMyriam Martíni, de la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia. “Sabemos lo que estos chicos han pasado en sus vidas y verlos así, tan felices, disfrutando de experiencias únicas y significativas, es muy emocionante. Esto es algo que ellos nunca hubieran ni siquiera soñado”, resumieron.
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