"Moana": A escuchar la voz interior
Esta es una nueva princesa de Disney, pero algo diferente: según nos dice el sitio imdb, es la segunda –después de Mérida, la de Valiente- que no está inspirada de cabo a rabo en un cuento de hadas ni tiene un romance. Esta adolescente no se considera a sí misma princesa, sino sólo “la hija del jefe” de una aldea de la Polinesia. Por eso aquí la fuente de inspiración estuvo en la mitología maorí (y, extraoficialmente, en algún pasaje de La princesa Mononoke, de Hayao Miyazaki). Pero también en innumerables relatos clásicos en los que la historia existe porque el protagonista transgrede una prohibición. En este caso, Moana desafía el tabú –establecido por su padre- de navegar más allá del arrecife. El objetivo que persigue es encontrar al semidiós Maui y obligarlo a restituir una piedra que robó de una isla legendaria, una falta que empieza a traerle desgracias a su pueblo.
Lo mejor de la película está al principio, cuando Moana todavía no partió en su travesía. Porque en esa primera parte la vemos como una irresistible bebé, y todo ocurre en la isla, que tiene visualmente muchos más atractivos que el Oceáno Pacífico, donde transcurre el resto de la historia. Es, entonces, el colorido de la exuberante vegetación isleña contra el monótono azul del mar; la fuerte personalidad de la abuela de Moana contra los chistes medio sosos de Maui. Faltan personajes secundarios interesantes.
Hasta las canciones de esa primera parte son mejores que las del resto (todas compuestas por Lin-Manuel Miranda, creador del multipremiado musical Hamilton; como en la tradición de Broadway y tantas películas de Disney, aquí de repente los personajes interrumpen todo para ponerse a cantar).
La excepción es el enfrentamiento de los héroes contra Tamatoa, un cangrejo gigante. Esa secuencia submarina tiene un vuelo propio de Alicia en el País de las maravillas, pero es una gota de fantasía en un oceáno monocromático.
"Moana: Un mar de aventuras"
Buena
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