¿Descendemos del mono o solo somos sus primos?¿Descendemos del mono o solo somos sus primos?
Muchos divulgadores
científicos han repetido cientos de veces que los seres humanos no descienden
de los monos (o de los simios) sino que comparten un ancestro en común. ¿Es
esta afirmación correcta?
Cuando Charles Darwin habló
del origen del hombre, en una obra del mismo nombre, los religiosos se
opusieron con fuerza a esta idea. Tanto entre creacionistas como en muchos
evolucionistas se mantuvo la idea que la explicación científica proponía a los
chimpancés como ancestros de la humanidad. Hoy en día sabemos que ninguna especie
moderna es el ancestro de otra especie actual. El mal entendido de considerar
el chimpancé como ancestro del hombre originó la aclaración mencionada al
principio, pero que merece tambien corregirse. De eso trata este ensayo.
(Si busca información sobre
las características anatómicas similares del ser humano con los demás primates
diríjase al texto “El lugar del
hombre en el grupo de los primates”
Si lo que desea es información
sobre la evolución humana recomendamos el artículo que sobre el particular
tiene Wikipedia)
¿Realmente descendemos
del mono?
Una falsa duda divulgada
sin mala intención.
Frecuentemente leemos en
los libros o revistas de divulgación que no descendemos de los monos, sino que
tenemos un antepasado común con ellos. A veces, incluso, se afirma que la idea
de “descender del mono” es una vieja patraña. (Por ejemplo, James Trefil
(1992), en “1001 cosas que todo el mundo debería saber sobre ciencia”
RBA editores).
¿Quién es “el mono”?
En primer lugar, es necesario
decir que “mono” no es un término taxonómicamente válido, es decir, no es una
palabra científicamente admitida para designar a un grupo concreto de animales.
El significado popular de la palabra “mono” tampoco está claramente delimitado;
según la enciclopedia Larousse sirve para designar a los miembros del orden
zoológico al que pertenecemos, es decir, Primates, pero según el Diccionario de
la Real Academia
de la Lengua Española ,
sólo se refiere al “suborden de los simios”. Estoy más de acuerdo con el DRAE
que con la Larousse ,
pues pienso que hay muchos primates que nadie calificaría como “monos”; me
refiero al enigmático trasero y a los prosimios, es decir, a los lémures, con
su “cara de perro”, a los loris, a los galanos, al extraño ayea-ayea, etc.
Concretando: pienso que en
general, cuando decimos popularmente “mono”, nos referimos a los miembros del
suborden Anthropoidea exceptuando al hombre. Esto incluye al infraorden
Platyrrhine (platirrinos o “monos del nuevo mundo”, es decir, todos los monos
americanos), y al infraorden Catarrhine, los catarrinos, que incluye las
familias Cercopithecoidea (papiones, mandriles, macacos, colobos, etc.) y
Hominoidea (gibón, chimpancé, gorila, orangután y hombre), exceptuando al
hombre. (He seguido a Benton, 1991. Paleontología y Evolución. Ed. perfils).
Quizá habría que excluir también a los hombres-mono, es decir, a
los australopitecos.
(Si algún lector no está de
acuerdo con excluir a los prosimios del significado de la palabra “mono”, da lo
mismo. Quiero decir que no afecta en absoluto a la
argumentación posterior.)
¿Qué es “descender
del mono”?
Cuando alguien dice que
descendemos del mono solo puedo entender lo siguiente: descendemos de animales
pertenecientes al grupo de los monos. Muchas personas inmediatamente se hacen
la siguiente pregunta: ¿Por qué entonces no todos los monos se han convertido
en humanos?. Hay múltiples respuestas posibles, pero no nos metamos en ellas.
Usemos tan solo la lógica y un símil adecuado: Digamos sencillamente que la
familia McFlaherty, estadounidense, desciende de irlandeses, sin que esto
signifique que todos los irlandeses se hayan convertido en la familia
McFlaherty. En biología evolutiva nada obliga a todos los miembros de un grupo
a transformarse en lo mismo. De hecho, tal situación sería muy extraña.
Bien, la evidencia
procedente de la paleontología, la anatomía comparada, la embriología, y la
genética molecular, coincide en un hecho: el hombre desciende de animales que
pertencieron al grupo de los monos y habrían sido clasificados como tales. Es
decir, que entre nuestros antepasados hubo auténticos monos. Tanto si con
“monos” nos referimos a los simios antropoides, como si nos referimos a todos
los primates, se cumple que descendemos de monos.
Antepasados comunes:
una obviedad
Volvamos ahora al
principio: “no descendemos de los monos, sino que tenemos un antepasado común
con ellos“. Considero errónea esta frase. En primer lugar, decir que tenemos un
antepasado común con los monos no es decir gran cosa, pues tenemos un antepasado común con cualquier
ser viviente, sea bacteria, elefante, margarita o champiñón (Esta es una de las
más bellas ideas ciertas que ha concebido el hombre, concretamente Charles
Darwin). En segundo lugar, el
antepasado común entre todos los monos actuales y el hombre era un auténtico
mono,
luego los dos enunciados, “descendemos de los monos” y “tenemos un antepasado
común con los monos” no son contradictorios, ni siquiera uno es más correcto
que el otro, como da a entender la frase.
También había
monos antiguamente
¿Por qué se divulga
entonces esa frase? Parece que las intenciones eran buenas: intenta aclarar que
nuestro antepasados simiescos no son monos actuales, sino formas fósiles. Lo
que nos quieren decir quienes emplean esta frase es que el hombre no desciende
del chimpancé, ni del gorila, ni del mono aullador, ni del macaco japonés, sino
de primates que ya no existen como tales. Sin embargo, esta idea se ha plasmado
de forma muy poco afortunada.
Los primates existen desde
el paleoceno (65-57 millones de años) y los monos existen desde el oligoceno
(34-23 millones de años). Todos los antepasados del hombre que vivieron entre
esa época y la de la aparición de los primeros australopitecos, eran monos.
Tenían aspecto de mono y comportamiento de mono (si es que es posible tal
generalización). Cualquier persona que tuviera el privilegio de verlos, se
referiría a ellos, sin vacilar, como “monos”. Descendemos de monos, monos
antiguos, pero monos sin lugar a dudas.
Hombre y chimpancé
El análisis filogenético
muestra que el antepasado común entre cualquier mono actual y nosotros era otro
mono. Pero centrémonos en nuestros parientes más cercanos. Tanto la anatomía
comparada como las técnicas moleculares revelan que el animal más estrechamente
emparentado con nosotros es el chimpancé. Se calcula que el antepasado común
vivió hace entre 7 y 5 millones de años, y posteriormente su linaje se dividió
en dos: el de los chimpancés y el de los homínidos (primates bípedos: Australopitecos,
Paranthropus, Homo). Si pusiéramos a los homínidos en orden de antigüedad,
podríamos ver que los más antiguos son los que más se parecen al chimpancé,
particularmente en el cráneo, manos y tórax. Esto no significa que descendamos
del chimpancé, sino que el antepasado común entre hombres y chimpancés era muy
parecido a este último. Al menos, era mucho más parecido al chimpancé que al
hombre (con toda seguridad no andaba de pie, no hablaba, etc.). Se deduce de
esto que, aparentemente, el chimpancé ha evolucionado (cambiado)
morfológicamente y comportamentalmente en menor medida que que el hombre. Por
otro lado, si el chimpancé es un mono, nuestro antepasado de hace 7-5 millones
de años no lo era menos. Es decir, que descendemos de un mono muy parecido al
chimpancé. Ni Darwin se equivocó esta vez, ni los temores de sus enfadados
críticos eran infundados.
Darwin sí dijo que
veníamos del mono
Darwin sí dijo que venimos
del mono. Hemos comentado varias veces aquí que la repetidísima frase “el
hombre no desciende del mono, sino que tiene un antepasado común con él” es
errónea. También lo es otra afirmación que suele emplearse (equivocadamente)
contra los creacionistas: “Darwin nunca dijo que el hombre viniera
del mono”.
Bueno, pues sí lo dijo. En
su libro El Origen del Hombre, leemos:
Té
Sillada then branched off info. Teo great stems, the New World and Old World
monkeys; and from the latter, at a remote period, Man, the wonder and Glory of
the Universe, proceeded. (Los Simiadae se ramificaron entonces en dos grandes
linajes, los monos del Nuevo Mundo y los del Viejo mundo; y, a partir de estos
últimos, en una época remota, el Hombre, maravilla y gloria del
Universo, procedió).
No es tan importante lo que
dijera Darwin hace tantos años como lo que la zoología, la paleontología y la
genética han corroborado después: que efectivamente descendemos de monos del
viejo mundo (aunque no de las familias de monos del viejo mundo actuales, sino
de otras, más antiguas).
Nuestros
monismos ancestros
Tengo que repetir el mismo
rollo. Ayer volví a discutir con personas que afirman que “no hemos
evolucionado a partir de monos, sino que compartimos un antepasado común con
ellos”. Y hace unos días, otra vez. Y en varias ocasiones en pocos meses.
Existe una confusión generalizada sobre este asunto, y ahora que el Proyecto
Gran Simio está de actualidad en España y se está produciendo un debate
interesante, los falsos clichés se repiten constantemente.
Lo curioso de estos
defensores de la evolución que niegan nuestro origen simiesco es que
generalmente no tienen problemas para aceptar que descendamos de los peces o de
los anfibios; en esos casos no ponen objeciones. Algunos me contestan que la
frase “descendemos de monos” es poco apropiada porque aparentemente significa
que venimos de alguna especie de mono actual. Pero ¿por qué iba a significar
eso? Si yo digo que tengo antepasados italianos, nadie tiene por qué deducir
que estén vivos ahora mismo en Italia.
He comprobado varias veces
que lo que la mayoría de esta gente tiene en la cabeza es un esquema evolutivo
erróneo como el que sigue:
Tendríamos un ancestro
común, que supuestamente no sería un mono sino un prosimio, o incluso algún
animal absolutamente desconocido. Este bicho raro da lugar a dos ramas: la de
los monos, y la de los humanos. La flecha roja indicaría el proceso evolutivo
“hacia los monos”, es decir, aquel que origina los rasgos característicos que
comparten los monos y nos permiten identificarlos como tales. Lo malo de este
esquema es que, científicamente, es un disparate.
Otras personas van un poco
más allá y conciben una situación algo más compleja como la que sigue, que
también es errónea aunque un poquito menos:
Aquí ya se distingue entre
“monos” y “simios” (y más vale que no emplees ambas palabras como sinónimos
como suelo hacer yo, porque esta gente te corre a gorrazos). Los monos
evolucionarían (flecha roja derecha) a partir del misterioso antepasado, que
también produciría otro misterioso antepasado, que a su vez se ramificaría
dando lugar a los simios por una parte y a los humanos por la otra. Recordemos
que, según las personas a las que me estoy refiriendo, no descendemos de ningún
mono, así que los enigmáticos ancestros marcados en rojo en esquema no pueden
ser monos. Lo que eso implica es que multitud de rasgos anatómicos comunes a
simios, monos y humanos (cerebro relativamente grande, visión aguda, incisivos
espatulados, sínfisis mandibular fusionada…) habrían evolucionado al menos tres
veces independientemente.
Pero las relaciones de
parentesco reales (o al menos estimadas con una fiabilidad altísima) entre los
primates representados son más complicadas:
Efectivamente, no hay
grandes ramificaciones “hacia los simios”, “hacia los monos” y “hacia los
humanos”, sino que existe una estructura de parentesco anidada según la cual
nosotros estamos más emparentados con unos monos (los del viejo mundo) que con
otros (los americanos), y/o más cerca de unos simios (por ejemplo, el
chimpancé) que de otros (como el orangután). Esta situación, que es
científicamente cierta, convierte en absurda la afirmación de que “no venimos
de los monos”. Para que fuera cierta, ninguno de los ancestros representados en
el esquema siguiente podrían ser monos (tendrían que ser, de nuevo, prosimios o
“misteriosos animales” de aspecto desconocido), y los rasgos que nos hacen
decir “esto es un mono” habrían tenido que evolucionar de forma repetida un
montón de veces; muchas más que las flechas rojas representadas, puesto que no
estamos contando las a los monos y simios fósiles.
No nos compliquemos la
vida, por favor. El principio de economía sugiere y las pruebas fósiles
corroboran, que el tipo de animal al que llamamos “mono” sólo ha surgido una
vez durante la evolución. Sustituyamos, pues, esos ancestros enmascarados por
monos antiguos (aquí os he traído un dibujito de mono estándar y multiusos) .
No pasa nada por decir que descendemos de monos. Es científicamente cierto. No
es políticamente incorrecto (o no debería serlo), ni es pecado. ¡Ánimo!
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