¿Es verdad que tenemos sólo cinco sentidos?
Con
frecuencia hablamos de nuestros cinco sentidos como si fueran una verdad
universal.
En realidad, sin embargo,
son más de cinco –o menos– dependiendo de cómo examinemos la cuestión.
Algunos mitos sobre el cerebro,
como la idea de que sólo utilizamos el 10% de nuestra materia gris, son muy
conocidos.
Aparecen de vez en cuando,
pero los expertos se encargan de derribarlos.
Otras falsas ideas
sobreviven sin que nadie las señale. Una de ellas es la idea de que el cerebro
humano utiliza cinco sentidos.
Esta creencia es tan
generalizada que incluso las personas con conocimientos científicos la asumen
como cierta.
Quizás esto se deba a sus
nobles orígenes. El principio de la existencia de cinco sentidos básicos en el
ser humano procede de Aristóteles, de una obra ("De Anima") en la que
dedica un capítulo separado a cada uno de ellos: la vista, el oído, el tacto,
el gusto y el olfato.
Información
Pero no es tan sencillo.
Definir los "sentidos" nos lleva por el resbaladizo camino de la
filosofía.
Una definición algo vaga
sería que un sentido humano es una forma única del cerebro para recibir
información sobre el mundo y el propio cuerpo.
Si esto es así, entonces
podemos afirmar con confianza que hay más de cinco sentidos.
os sentidos muchas veces se mezclan.
Por eso lo que vemos puede influir en cómo percibimos los sabores.
Considera, primero, los
sentidos relacionados con la posición de nuestro cuerpo.
Cierra los ojos y tócate el
hombro izquierdo con tu dedo índice. ¿Fácil? ¿Cómo lo hiciste?
De alguna forma sabías
dónde estaba la punta de tu dedo y también dónde estaba tu hombro.
Este sentido se llama
propiocepción y es la conciencia de dónde están situadas las partes de nuestro
cuerpo.
La propiocepción es posible
gracias a unos receptores en nuestros músculos conocidos como husos
neuromusculares, que comunican al cerebro la longitud y la capcidad de
estiramiento de los músculos.
Posición y gravedad
Ahora imagínate que tienes
los ojos tapados y que alguien te empuja hacia delante despacio.
Inmediatamente tendrás una
sensación de cómo cambia la posición de tu cuerpo en relación a la gravedad.
Esto sucede gracias al
sistema vestibular, lleno de fluidos, que se encuentra en el interior de tu oído
y nos permite mantener el equilibrio.
Este sistema también nos da
la experiencia de la aceleración en el espacio y está conectado con los ojos.
Si mueves tu cabeza a los
lados mientras lees, verás que esto no cambia tu habilidad de leer y permanecer
concentrado en las palabras.
Esto ocurre porque el
sistema vestibular cancela el efecto del movimiento.
Hay numerosos sentidos que
nos aportan información sobre los estados internos de nuestro cuerpo.
Los más obvios son el
hambre y la sed, el dolor interno y la necesidad de vaciar la vejiga o el
intestino.
Otros sentidos menos
conscientes son las señales sobre la presión sanguínea, los niveles de pH del
fluido cerebroespinal, y muchos otros.
Un sentido por cada tipo de receptor
Algunos creen que
deberíamos llevar la definición más lejos, de forma que los sentidos se definan
por el tipo de receptores que tenemos: cada receptor indica un sentido
distinto.
Si este fuera el caso,
incluso sentidos muy conocidos se dividirían en distintas variedades.
Por ejemplo, si cerrases
los ojos y alguien te sorprendiera con un cubito de hielo en tu espalda,
experimentarías un shock de frío.
Esta sensación sería
distinta de la que tendrías si el cubito fuera de plástico, por ejemplo.
Junto con los sensores de
temperatura, en nuestra piel tenemos también sensores dedicados a la presión
mecánica, el dolor (nociperceptores) y el picor.
Si se usa la misma lógica,
el gusto puede dividirse entre dulce, amargo, salado y agrio y
"umami", que se activa por el glutamato monosódico y se asocia con el
sabor a carne.
Separar lo sentidos de esta
forma no parece lo más intuitivo, aunque se convierte en algo aún más absurdo
si nos fijamos en el olfato: los humanos tenemos más de 1.000 receptores
olfativos afinados para distintas moléculas odoríferas.
¿Habría que contar cada una
como un sentido diferente?
Simplificación
En el otro extremo,
podríamos restringir la definición a las categorías físicas de la información
entrante.
Podemos simplificar los
sentidos en solo tres: mecánicos (el tacto, el oído y la propiocepción);
químicos (el gusto, el olfato y los sentidos internos); y la luz.
Otra forma de ver la
cuestión es pensar en cómo se utiliza la información sensorial.
Un buen ejemplo es la
capacidad humana de ecolocalización. La ecolocalización funciona si una persona
emite un sonido al chasquear la lengua y escucha cómo rebota en el entorno
inmediato.
En Estados Unidos existe
incluso un equipo de científicos ciegos que utilizan la ecolocalización para
practicar bicicleta de montaña.
Esta capacidad depende del
sentido tradicional del oído, pero la experiencia perceptiva y funcional es más
cercana al sentido de la vista.
No necesitas ser ciego para
intentarlo, incluso las personas que conservan la vista pueden aprender a
"ver en la oscuridad" utilizando la ecolocalizacion.
Por eso algunos lo
consideran un sentido separado.
El mito de cinco
No hay una única forma
lógica de definir los sentidos.
Una vez que empiezas a pensar sobre todos los tipos de información que
llegan al cerebro, quizás veas que desarrollas un nuevo sentido, la
sensibilidad a algunas de las falsas creencias sobre la forma en que el cerebro
experimenta el mundo
Puede que no sea muy útil
hacer divisiones entre ellos, considerando que casi siempre funcionan a la vez:
el color de la comida o el sonido en un restaurante pueden influir en el gusto,
por ejemplo.
Entender estas relaciones
es importante cuando se estudian condiciones como la sinestesia, y podrían
ayudar a entender mejor la conciencia.
Pero se mire como se mire,
cinco es un número bastante arbitrario, un "mito" sobre el cerebro.
Una vez que empiezas a
pensar sobre todos los tipos de información que llegan al cerebro, quizás veas
que desarrollas un nuevo sentido, la sensibilidad a algunas de las falsas creencias
sobre la forma en que el cerebro experimenta el mundo.
Este
artículo se basa en un capítulo del nuevo libro de Christian Jarrett,
"Great Myths of the Brain" ("Grandes mitos sobre el
cerebro").
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