Alan Turing: las ideas claras


El 23 de junio se conmemora el aniversario del nacimiento, en 1912, de Alan Turing. Este deslumbrante matemático es considerado uno de los padres de la ciencia de la computación y –de una manera más secreta- un héroe de la Segunda Guerra Mundial. Contribuyó como pocos a la defensa de su patria, Gran Bretaña, aunque su esfuerzo y dedicación no fueron debidamente correspondidos, e incluso debió sufrir la persecución y el escarnio. 
A contramano de la conmemoración de su centenario, Turing murió joven: se quitó la vida el 7 de junio de 1954. Sin embargo sus logros, durante sus casi 42 años de vida, le dieron un lugar prominente en el panteón de la ciencia del siglo XX. Y también en el de aquéllos cuya contribución personal a la derrota del nazismo puede ser particularmente individualizada.

Escultura de Alan Turing

Si bien una reseña completa de sus logros excede ampliamente los límites de esta nota, basta mencionar que en 1936 –a los 24 años, sin haberse aún doctorado, y a la sazón miembro del King's College de la Universidad de Cambridge, donde se había graduado con honores– escribió un artículo cuyo título en castellano sería “Sobre números computables, con una aplicación al problema de la decisión”. El texto fue publicado a comienzos de 1937 en la prestigiosa revista científica Proceedings of the London Mathematical Society, y para su elaboración utilizó una “máquina” teórica que hacía las veces de una computadora con reglas muy simples y formales (recordemos que las computadoras no existían en ese momento). En dicho artículo demostró que esa máquina podía lleva a cabo cualquier cálculo matemático que pueda ser representado por un algoritmo, y que no era posible encontrar un algoritmo que decidiera si una aseveración (dentro de determinado tipo de aseveraciones lógicas y matemáticas esenciales en computación) es demostrable o no.

Esa máquina se llamó después “máquina de Turing”, y jugó un papel fundacional en la teoría de la computación. Sobre todo porque en el mismo artículo, Turing ideó teóricamente lo que después se llamó “máquina de Turing universal”: o sea, una máquina de Turing que puede “simular” cualquier otra máquina de Turing. Toda la teoría de la computación “concreta”, desarrollada alrededor de computadoras reales (que empezaron a construirse unos años después), está profundamente influida por su trabajo.



En 1939, al comenzar la Segunda Guerra Mundial, Turing pasó a trabajar en la Escuela Gubernamental de Código y Cifrado, que funcionaba en Bletchley Park, una mansión victoriana a 67 kilómetros de Londres. Allítuvo una participación crucial en importantes avances en criptografía, entre los cuales podemos citar eldesciframiento del código Enigma usado por los alemanes es sus comunicaciones militares secretas. Esto fue extraordinariamente útil al esfuerzo británico y aliado. Demás está decir que su impresionante solidez matemática y su talento creativo fueron fundamentales en su éxito. Pero pocos se enteraron de ello en esa época, porque su trabajo era absolutamente secreto (aunque recibió la Orden del Imperio Británico).


Influencia en la Argentina

Al terminar la guerra, Turing trabajó hasta 1948 en el Laboratorio Nacional de Física de Gran Bretaña, y participó en el diseño de la computadora ACE (Automatic Computing Engine). Luego cumplió tareas en la Universidad de Manchester, donde trabajó en el software de una de las primeras computadoras de programa almacenado, la Manchester Mark 1. Esta fue la antecesora de la computadora Mercury de Ferranti, aquella que con un subsidio del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), comprara la Universidad de Buenos Aires (UBA) para el Instituto de Cálculo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales.

Clementina

Esa Mercury de Ferranti, rebautizada localmente como “Clementina”, fue instalada en 1961 y ostenta el mérito de ser la primera computadora universitaria de nuestro país. Por tanto, y de una manera indirecta, la computación académica argentina tiene la impronta de Turing. De hecho, Cicely Popplewell, profesional encargado de dictar (en mayo de 1961) el primer curso del lenguaje AUTOCODE para “Clementina”, había colaborado con Turing en Manchester.

Allá dirán

Siempre afincado en Manchester, Turing se dedicó luego a biología matemática, y a lo que más tarde se llamó “inteligencia artificial”, disciplina en cierto sentido creada por él. Con una personalidad creativa y original, nada hubiera hecho imaginar –al comenzar la década de 1950– la catástrofe que se avecinaba.

Concretamente, Turing era homosexual, en una época en la que las leyes de su país castigaban con severidad dicha orientación sexual. En 1952 Turing fue condenado por ello, y se le dio a elegir entre la prisión y la libertad condicional, sujeta a un tratamiento con hormonas para “reducir su libido”. Para evitar la prisión, Turing aceptó este brutal e inhumano tratamiento, pero se le quitó la autorización de seguridad y todo se hizo público. Su aislamiento social fue tremendo. Profundamente afectado, se suicidó con cianuro.


Trailer del film Codebreaker, sobre la vida de Alan Turing (Channel 4).

La legislación británica que penalizaba la homosexualidad fue derogada en 1967. Su labor en la guerra fue reconocida, y con los años su figura fue creciendo cada vez más: no solamente como ejemplo de asombrosa creación intelectual y de patriotismo en la hora más sombría (y gloriosa) de su país, sino de honestidad y valentía ante los prejuicios y la discriminación.

Actualmente el premio más importante de la computación mundial lleva su nombre. Se le consagraron biografías, obras de teatro y películas. Se lo ha catalogado como una de las 100 personalidades más importantes del siglo XX.  

Trailer del film The Imitation Game (2014).

Los honores le llegaron, desgraciadamente, demasiado tarde. Su país fue tan ingrato con él –y por los mismos motivos– como lo había sido poco más de medio siglo antes con el gran Oscar Wilde


Pablo Jacovkis es secretario de Investigación y Desarrollo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTreF). Fue decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y presidente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).

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