El día a día del histórico Congreso - Ana Paula Guzman

El día a día del histórico Congreso

Gracias al periódico “El Redactor”, la posteridad puede conocer las sesiones públicas de 1816, cuyas actas se extraviaron.

Por Carlos Páez de la Torre H
27 Mar 2016

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“EL REDACTOR DEL CONGRESO NACIONAL”. Portada de la primera edición del periódico, que llegaría a editar un total de 52 números, entre 1816 y 1820.
    Las actas de las sesiones públicas –no así de las secretas- del Congreso de las Provincias Unidas, durante su etapa de Tucumán (marzo 1816 - febrero 1817), se extraviaron hace muchos años. Años atrás (edición del 13 de julio de 2014), esta columna se ocupó del tema. 

    Solamente se conoce el texto del Acta de la Independencia, porque copias de la misma, autenticadas por el secretario José Mariano Serrano, se enviaron a todas las provincias. Esto aparte de las muchas ediciones tipográficas en hoja suelta del famoso documento, que se imprimieron en los años cercanos al suceso.

    Pero felizmente, la posteridad ha podido enterarse del “día por día” de las sesiones tucumanas, en su parte esencial, gracias a “El Redactor del Congreso Nacional”. Así se denominaba el periódico que la corporación resolvió editar, y que publicaría una crónica cotidiana de todas las deliberaciones. Un trabajo del historiador Leoncio Gianello es la base de las líneas que siguen.

    Imprentas porteñas
    No consta en cuál sesión del Congreso se dispuso realizar esta publicación; pero sí que el encargado de redactarla fue el sacerdote franciscano fray Cayetano Rodríguez, diputado por Buenos Aires en la histórica asamblea. Era su colaborador en la tarea otro eclesiástico, gran amigo de Rodríguez: el doctor José Agustín Molina, conocido como “el obispo Molina” por la dignidad que se le confirió veinte años más tarde.

    Como no existía una imprenta en Tucumán (recién habría de llegar en 1817, traída por el general Manuel Belgrano) la impresión debió realizarse forzosamente en Buenos Aires. Los primeros números fueron estampados en las venerables prensas de los Niños Expósitos. Luego pasó a imprimirse en Gandarillas y Socios y, ya mudada a la capital la sede del Congreso, se encargó de estos trabajos la firma porteña Benavente y Compañía.

    Demora inevitable 
    El primer número de “El Redactor del Congreso Nacional” apareció el 1 de mayo de 1816. Con 11 páginas de texto, fue esa edición inicial la más voluminosa del periódico, que generalmente constaba de un promedio de cuatro. Dado el tiempo que demandaba entonces el viaje a Buenos Aires de un mensajero levando los originales para imprimir, sumado al requerido para componer su tipografía letra por letra, es de creer que ni bien inició sus sesiones el Congreso, ya se dispuso imprimir “El Redactor”.

    Para calcular la inevitable tardanza, piénsese que la declaración de la Independencia del 9 de julio, recién fue publicada por “La Gazeta de Buenos Aires” en el número correspondiente al 17 de agosto de ese año 1816.

    Y a pesar de que salió a la calle en mayo de 1816, “El Redactor” empezó publicando la crónica de todas las sesiones desde su comienzo, ocurrido en marzo anterior. 

    Abundantes glosas
    Debajo del título, llevaba un verso de Stacio, en latín. Puede traducirse así: “Los años han pasado estériles; éste es para mí el primer día del tiempo, éste el umbral de la vida”. Era una alusión a los sacrificios que había costado la gestación de la patria, y al porvenir que auguraba el Congreso.

    Además de la información puntual de lo tratado en las sesiones, “todos los números correspondientes a la etapa tucumana del Congreso, contienen exposiciones, comentarios y glosas, en los que predominan el encendido espíritu patriótico, el sentimiento de religiosidad y la expresión de una voluntad decidida y firmísima, como también una esperanza firme de la labor a realizar”, dice Gianello. Convocaba a los pueblos a la unión, y repudiaba, con diversas citas, toda forma de anarquía.

    Para el historiador que citamos, no puede caber duda de que los abundantes comentarios revelaban “la prosa rotunda y briosa” del padre Rodríguez. Descarta de plano, en ese sentido, las hipótesis de autores como Clemente Fregeiro y Arturo Capdevila, quienes han atribuido esos textos a Bernardo de Monteagudo.

    Dos sacerdotes 
    Los padres Rodríguez y Molina eran amigos desde muchos años atrás. El primero le escribía con frecuencia, y esa jugosa correspondencia fue editada en 2008 por la Academia Nacional de la Historia. En su ensayo “El Congreso de Tucumán”, Nicolás Avellaneda dedica un párrafo evocativo a la vida de los responsables de “El Redactor” en 1816.

    Cuenta que, saliendo de la ciudad en dirección a la Ciudadela, se alzaba un gran tarco cuyas flores moradas formaban alfombra al caer. En su estadía de 1816 Rodríguez, al verlo “tan excelso y frondoso”, lo llamaba “árbol de la libertad” y venía todas las tardes a sentarse a su sombra. Allí acudía también Molina. Conversaban largamente y al anochecer regresaban siempre juntos. “Al contemplar su juventud desvanecida, los largos años tras de los que se divisaban recién los albores de la Patria, se despedían repitiendo el verso de Stacio, que escribieron ambos al frente de ‘El Redactor’: para nosotros, los años han pasado estériles”…

    Adiós a las glosas
    Trasladado el Congreso a Buenos Aires a comienzo de 1817, se continuó editando “El Redactor”. Pero, cuando terminó el mandato de diputado del padre Rodríguez, y se aceptó, en abril de 1817, la renuncia que envió desde Tucumán el doctor Molina, el 13 de mayo se nombró un nuevo redactor: el diputado Vicente López y Planes.

    En la edición correspondiente al 31 de ese mes, este inició su tarea. Ella significó la modificación notoria del estilo que hasta entonces tenía “El Redactor”. Expresa Gianello que publicaba el resumen de las sesiones “como quien va escribiendo un acta”. Ya no habían glosas, “ni las exhortaciones patrióticas, ni los párrafos de profundo sentido religioso, ni las citas de hechos y hombres de la antigüedad, o de los filósofos de la Ilustración y de los economistas de la Fisiocracia”.

    Un seco fichado
    A pesar de tales ausencias, ese seco “fichado y registro” que encaró “El Redactor” permitía, en los hechos, seguir mucho mejor lo actuado en las sesiones del Congreso. El 4 junio de 1819, se comisionó al deán Gregorio Funes para que se encargase del periódico. Funes era diputado por Tucumán junto con el doctor José Miguel Díaz Vélez, por la renuncia que elevaron a sus bancas los doctores Pedro Miguel Aráoz y José Ignacio Thames. El deán tenía como secretario al doctor Eugenio de Elías, quien le suministraba los apuntes levantados en cada sesión.

    Según Gianello, bajo el comando del eclesiástico cordobés el periódico seguía en la tesitura de López y Planes. Incluso, era “aun más escueto”. Las ediciones “contienen resúmenes de las exposiciones escritos con el sereno pulso del pretor”. Ese pulso no se alteraba “ni aun al redactar los de las últimas sesiones, las sesiones de la agonía, cuando ya el ejército federal avanzaba sobre Buenos Aires y recibía el Congreso las notas comunicándole motines que cambiaban gobiernos”.

    Hasta el final
    El último número de “El Redactor del Congreso Nacional” está fechado el 28 de enero de 1820. Es decir, catorce días antes de la caída de aquel Congreso que había declarado en Tucumán, cuatro años atrás, la Independencia de las Provincias Unidas.

    Gianello califica acertadamente a este periódico, de “obra de extraordinaria importancia” que, al desaparecer las actas de las sesiones públicas, se convirtió en “la fuente indispensable para conocer la historia del Congreso”. Agreguemos que el caso ilustra una vez más, por si fuera poco, sobre la importancia que posee el periodismo.

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