Tinta Roja

 
Esculpida en piedra. (Un nuevo comienzo.) Cap. 19. "Soberbia."

Consideró que ya había llegado a un lugar lo suficientemente apartado, lejos de testigos molestos. Descabalgó y golpeó tres veces su pecho con fuerza. Era increíble, no se acostumbraba a aquellas maravillas. Había salido de Wardoll con aquel simple gesto, la armadura estaba inmóvil frente a él en espera de nuevas órdenes. No acababan ahí las sorpresas, también Zupia se trasformaba según quien montara en su lomo. Grácil corcel si lo cabalgaba el hombre de negro, poderoso y acorazado percherón si era la armadura el jinete.
Ni una sola marca presente en la coraza, las lanzas se partieron contra ella, también las flechas fueron totalmente inútiles. En su interior él tan solo notó una leve vibración cuando una pesada maza impactó en el metal. No pudo contener una jubilosa carcajada. Con semejantes mágicos aliados nada podría detenerlo, no habría ejército capaz de pararle los pies. Pero su plan era mucho más sibilino que presentarse al galope arrasándolo todo. No sería por medio de la fuerza como sometería a aquellos estúpidos. Se ganaría su aprecio, su respeto, esa era una mejor manera de evitar a la postre traiciones. Todo salió perfecto, el mocoso cumplió su cometido, esa era la parte más arriesgada del primer episodio del plan, el confiar su suerte a un crio.
Ahora debía regresar, solo disponía de un día para ultimar hasta el último detalle. Él ya había movido ficha y era fácil intuir el movimiento que realizaría su adversario. Su mejor baza el anonimato y bajo las negras ropas era prácticamente invisible a miradas curiosas, podía moverse libremente por donde se le antojase. Chasqueó los dedos y Wardoll desapareció ante sus ojos. Montó en Zupia, ahora de nuevo un grácil y bello corcel árabe. Agitó las riendas pero el animal no se movió. – Que extraño. – Pensó. Hasta ahora siempre había obedecido, parecía entendía sus pensamientos y sin necesidad de ningún gesto acataba todas sus indicaciones. Golpeo con los talones sus costados con igual resultado, ni un paso, no inmuto ni un solo musculo.
- ¿Qué diantres te pasa, endemoniado animal? ¡Arre! – Zupia se limitó a soltar un relincho, acto seguido agachó la cabeza y comenzó a pastar tranquilamente. Lo azuzó nuevamente, fue del todo inútil, el caballo continuó apaciblemente arrancando yerba del suelo.
- ¡Dita sea mí suerte! ¡Deja de tragarte lo verde y camina antes de que colme mi paciencia y te arree en los dientes! ¡Arre! – Molesto ante la pasividad del animal lo golpeó en la cabeza con el puño.
- Le dije que lo tratase bien.
El pícaro miro en rededor asustado buscando al propietario de aquella voz. Sujetando por el bocado a Zupia se encontraba la mayor de las tres Gracias. Acariciaba con ternura las negras crines del caballo.
- ¿Vos? Bien sabía mis temores eran ciertos, que en cualquier momento regresaríais para retirarme vuestro favor. ¿Venís a recuperar los regalos? Habermelos dado hace tan poco que ni tiempo he tenido de disfrutarlos.
- Bien sé del uso que les disteis. Debería darle vergüenza, pero no tema, no eran obsequios, tampoco ofrendas. Desde el comienzo os pertenecían, nosotras tan solo los guardemos hasta su regreso y como de ellos disponga es solo de su índole. Halla vos con su conciencia pero cada paso que dé nos afecta y todos seremos victimas de su egoísmo si continúa por ese camino.
- Como de costumbre nada entiendo de lo que me dices. Nada tiene sentido desde que aparecí en aquella playa rebozado en arena. Estoy seguro de haber perdido el juicio y si bien cuerdo no era dueño de mi destino nadie impedirá que pueda elegir en mi locura. Ahora déjame proseguir. Me crie bajo el techo de una iglesia y si bien al huir de allí no pude librarme de seguir recibiendo hostias, nadie desde entonces ha vuelto a darme sermones.
- ¡Le pegaste a un niño! – La que le gritó fue Mar, la menor de las tres ninfas, apareció a las espaldas del truhan. Sobresaltado se giró para toparse con los ojos acusadores de la joven. El fulgor de sus mejillas era tan rojo como sus cabellos.
- ¿A quién le importa ese chiquillo?
- ¡Lo habéis puesto en peligro! ¿No os preocupa lo que pueda haberle pasado?
- No tiene futuro. Si no acaba con él otro zarrapastroso en cualquier trifulca, lo hará en el cadalso el verdugo. Aunque dudo crezca lo suficiente para ser ajusticiado en la plaza. Lo mataran como a un conejo de un golpe en la nuca y nadie llorara su perdida. De haber muerto en la explosión le habré hecho un favor.
- ¡Olivia tenía razón! No sois de fiar.
- No sé lo que queréis de mí, ni por quien me habéis tomado. Si habéis errado en el juicio que os formasteis no es asunto mío. Si algo no soy eso es un santo. Me habéis brindado la oportunidad de dejar atrás una vida de esclavo y no la desaprovechare. Si lo que buscáis es un beato lo encontrareis en otro lado.
La mujer de piel de cobre hizo acto de presencia en ese instante.
- ¿Por qué tanto odio?
- ¿Vosotras que parece lo sabéis todo me lo preguntáis? Esos que habitan la ciudad solo merecen mi desprecio. Los que son como ellos hicieron de mi vida un infierno y estoy en mi derecho de buscar venganza. Que sepan lo que se siente cuando la miseria les alcanza, no habrá paz en el pueblo de los soberbios.
- ¿Y según vos en que os diferenciáis de esos que tanto merecen vuestro desprecio? – Lila, la mujer de cabellos dorados, retomó la palabra. – Os aprovecháis de la inocencia de un chiquillo y tanto que habláis de miserias propias poco os apiadáis de las ajenas. Vos tuvo una oportunidad, vuestros libros, una educación. Habláis mal de vuestro tío pero no os faltó un plato en la mesa en su presencia.
- ¿Cómo sabéis tantas cosas de mi?
- ¿Acaso eso importa? Preguntas y más preguntas mientras las respuestas están por todas partes, en la tierra, los bosques, el mar, el aire…
- ¡Basta de crípticos! ¡Si podéis, detenedme, de lo contrario abridme paso!
- Os dieron el mayor de los regalos, una segunda oportunidad. Al contrario que mis hermanas yo aún creo en vos. Sé que al final escogeréis el camino correcto.
- Me alegra contar con la bendición de una jovenzuela advenediza. Doy por zanjada la discusión, debo marchar en pos de lo que quiera que sea me reserva el destino. – La miró con ojos de loco. – Ten por seguro que hare mucho daño.
Por fin zupia obedeció y pudo partir hacia la ciudad al galope. Estaba dolido por la reprimenda de las tres Gracias. - ¡Estúpidas, también se creen mejores que yo! Ya veremos quién recrimina a quien dentro de unos días. - Poco a poco se dejaban ver más cerca las murallas dibujadas en el horizonte.

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