Lules ... Oriana Valentina Villa (Obligatorio Ciencias Sociales)

Sitios emblemáticos: Ruinas de San José de Lules, florecimiento Jesuítico en Tucumán

Sobre la ruta 301 y a pocos kilómetros de la capital de la provincia, se encuentran la iglesia y los restos de una antigua construcción
Ruinas de San José de Lules
TUCUMÁN.-  Origen de la Compañía de Jesús 

La congregación fundada por Íñigo López de Loyola, fue aprobada por el Papa Paulo III en 1540, con el nombre de Compañía de Jesús. López de Loyola fue el Prepósito General de la Orden desde su fundación hasta el año 1556, habiéndose desempeñado previamente como militar. Durante un período de convalecencia -fruto de una operación sufrida en sus piernas, como consecuencia de una herida de bala perpetrada en un combate-, Ignacio dedicó su tiempo a la lectura de “La Vida de Cristo” de Ludolfo de Sajonia, hecho que lo condujo al deseo de cambiar radicalmente la suya, dedicándose a servir a Cristo. Sus “Ejercicios Espirituales”, desarrollados con la intención de ampliar los umbrales de la fe católica, tienen gran difusión en todo el mundo, conjuntamente con la expansión de la Compañía de Jesús. 

Llegada de los jesuitas a América

Su arribo al Río de la Plata y a la Gobernación de Tucumán se llevó a cabo en el año 1585. Construyeron el Colegio e Iglesia de Santa María Magdalena en Ibatín en 1613, y efectuado el traslado de la ciudad – en 1685-, lo hicieron al lugar ocupado actualmente por la Iglesia y el Convento de San Francisco. El orden estructural que caracterizaba su accionar, sirvió de base para la construcción de iglesias, claustros y colegios, acorde a la finalidad de la orden: evangelizar atendiendo primeramente las necesidades temporales, con el fin de acceder luego a las espirituales. Para ello se valieron de las llamadas “reducciones jesuíticas” (comunidades donde habitaban los naturales, brindándoles vivienda, trabajo y protección). Esta clara manera de llevar adelante su obra, les permitió lograr un efectivo trabajo de evangelización, en un marco de prosperidad económica -valiéndose de una férrea estructura organizativa-, logrando así la expansión de su propiedades y construcciones. 

La “Estancia de Lules”

Sobre la ruta 301 y a pocos kilómetros de la capital de la provincia, se encuentran la iglesia y los restos de una antigua construcción, donde aún hoy en compañía de la soledad, la calidad de los materiales, se manifiesta en sus muros. En el predio funcionaba una escuela, una fábrica de carretas, de jabón, de sombreros, una carpintería, una curtiembre y un molino. “Este fue el primer lugar de la provincia donde se realizó el cultivo de  caña, los jesuitas fabricaban su propia azúcar”, explica Norma Contreras -guía del lugar-, quien amablemente nos invita a recorrerlo, en una cálida mañana dominical. En el año 1767 se registra la expulsión de la Compañía de Jesús, y la mencionada “Estancia” pasa a manos de la Orden Dominicana, por Real Cédula de 1780. La construcción de la iglesia data del año 1800. Es ponderable la altura de sus techos, que fueron refaccionados en dos oportunidades. De importantes dimensiones, en el extremo del altar, sobresale una inmensa cúpula –con impecable trabajo de talla en madera-, que contiene una imagen de San José y el Niño Jesús, realizadas en el mismo material por los indios que habitaban la misión, y recubiertas en yeso, para evitar el paso del tiempo. “Las otras dos imágenes que se encuentran aquí en la iglesia ya no son de la época de los jesuitas, fueron donadas. Son el Sagrado Corazón y la Virgen del Rosario, de Córdoba de España”, relata Norma con tono pausado.

El Túnel, vía de escape

En la parte posterior al altar, se encuentra la entrada de un túnel, construido como resguardo ante la inminencia de un ataque indígena. Conocida era la belicosidad de la tribu de los indios lules, -originaria de la zona de Santiago del Estero-, dedicada a la caza y a la pesca. Eran semi-nómades, afectos a los cánticos, al baile y a la bebida. El  túnel se dirigía a la Quebrada de Lules (distante seis kilómetros del lugar). 

En el exterior, lugar correspondiente al convento, reina la homogeneidad del ladrillo – sujetado con postes para asegurar la firmeza-, matizado por la presencia de hierro en las rejas, y un aljibe en el centro. Sobresalen las siluetas de dos piletas que servían para curtir el cuero destinado a la fabricación de sandalias. El general Manuel Belgrano, luego de la Batalla de Tucumán, curó sus heridas en una habitación, que exhibe destacado cartel. Hacia un costado, en otro recinto, se lee: “Aquí descansó el general San Martín en el año 1814”. Las puertas contiguas, cobijaban el lugar donde funcionó el primer colegio fundado en territorio provincial.

El general Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán y guerrero de la Independencia, enamorado de la paz enseñoreada en esta tierra, manifestó su deseo de convertirla en su morada final. Una gran placa lo recuerda. Los jesuitas, trabajadores incansables, dejaron profundas huellas en Tucumán. 

Continuaron con merecido reconocimiento, los dominicos. El 19 de marzo –día de San José- se celebra la única misa del año, en esta iglesia que cobra vida y se viste de fiesta.  Haciendo honor al lema de la Compañía de Jesús: “Ad maiorem Dei gloriam”: A la mayor gloria de Dios.

Por Carolina Mena Saravia
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