EL NOMBRE DE LA TORTUGA

Esta es la historia de dos perros grises y enormes, Miriam y Samuel, que viven en Navalafuente con su amiga la tortuga, que se encontraba un poco despistada porque había perdido su nombre, y no era capaz de encontrarlo.

Samuel y Miriam, para dejar tranquila a la tortuga y que se acordase dónde había puesto su nombre, se fueron a dar un paseo por el parque, con tan mala suerte que en seguida les alcanzó una fuerte tormenta que les obligó a volver corriendo a casa.

Pero la tortuga seguía sin saber dónde había puesto su nombre. Menos mal que Miriam y Samuel tenían buen oído porque empezaron a escuchar un tenue ruido, un susurro. Convencidos que el sonido que se escondía en este leve susurro era el nombre de su amiga la tortuga, comenzaron a seguirlo. Once días estuvieron corriendo, después otros dos días, pero no llegaban al origen del sonido. Y cuando parecía que ya habían llegado, falsa pista. Tuvieron que andar otros 20 días. Ya no podían más, pero todavía no eran capaces de descifrar su nombre.

Depende de la dirección del viento podían escucharlo más o menos, ya empezaron a distinguir un eco en este sonido: maa, maa, maa,… Escuchaban. Y seguían este hilo sonoro ya casi sin fuerzas, a la pata coja, arrastrándose, como podían. La tortuga empezó a sonreír, porque ya empezaba a recordar dónde había puesto su nombre. Y es que este lugar lleno de montañas y lagos en el que estaban le resultaban familiares. De repente se acordó. Aquí vivía su primo el tortugón, que había visitado la semana anterior. Se le habría caído el nombre cuando se bañó en el gran lago. Se veían las ondas desde donde salían pompas, entre glu glus, que al explotar decían ma, ma, ma,… La tortuga se tiró, y después de unos segundos de buceo, salió con una gran sonrisa, mientras decía: ¡mi nombre es Saima!

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